Región de Coquimbo, Chile: Registros históricos

Literatura: Iglesia san Francisco

español / deutsch

Texto R. Tornero (1872): Iglesia San Francisco, La Serena

San Francisco. — San Francisco, después de la Catedral, es sin disputa el mejor templo de la ciudad, mereciendo por su antigüedad casi la preferencia en la cla­sificación, pues se principió el 25 de diciembre del año 1627.

Tiene de largo 70 varas por 16 de ancho, midiendo la altura de su techo, que es de madera, 14 varas. Su forma es la de una cruz latina, y sus murallas, de vara y media de espesor, de piedra caliza extraída de las canteras de Peñuelas. Este material es em­pleado en casi todos los templos por su elasticidad y natural conveniencia para resistir con ventaja a los sacudimientos de tierra. Tiene cinco puertas y siete ventanas, y su interior es notable por su gran aseo. Sus murallas son estucadas imitando mármol, y sus altares pintados y dorados con gusto y sencillez. Cuenta con un excelente órgano, que ha costado 1,850 pesos; su techumbre, que era de teja, ha sido reemplazada, no hace mucho, por otra de madera trabajada a todo costo. Todas estas mejoras son debi­das a la actividad y celo del reverendo guardián Frai Gregorio Bravo.

Muy embarazado se vería un arquitecto para determinar el orden arquitectónico a que pertenecen los templos de la Serena, inclusive la Catedral, y los edificios públicos y particulares, por lo que no nos atrevemos, nosotros profanos, a clasificarlos. Respecto a la construcción de este templo se refiere la siguiente tradición, que no se apoya en título alguno, a no ser en el mui poco auténtico de que existe en el primer claustro de la Casa Grande de Santiago, un cuadro que representa el milagro.

Dícese que los frailes, confiados en la Providencia, principiaron a construir la parte de mampostería de su templo, dándole proporciones colosales para la época, sin pensar un momento en la madera que debían necesitar precisamente para su conclusión. Lo que debía suceder sucedió: concluida la albañilería, se paralizó la obra por falta de madera, que los reverendos buscaron inútilmente en el valle del rio hasta la Cordillera, pues es tradición que dicho valle estaba cubierto de bosques de algarrobo, como lo atestiguan las casas antiguas de la Serena construidas con esta madera. Pero ella de nada servía a los afligidos padres, pues era demasiado corta y no mui recta para un templo como el que se trataba de construir.

Vivía entonces en el convento un lego llamado Frai Jorge, de ejemplar vivir, y dotado de una virtud a toda prueba, causas más que suficientes para que el pueblo le reputara como santo. Este lego debió tomar parte en el sentimiento de sus superiores, ocasionada por la paralización de la obra, pues púsose en oración y pidió fervorosamente al Patriarca calmara en su obsequio la angustia de sus hijos. Los santos siempre han sido bondadosos. El Patriarca debía serlo mucho más, pues se trataba nada menos que de la familia, y accedió a la súplica del hijo afligido. Al siguiente día Frai Jorge se presentó al guardián y le declaró que sabía dónde se encontraba madera suficiente para la conclusión del templo. El guardián y la comunidad eximieron ese día de ayuno al lego, bajo las más terribles censuras, y celebraron opíparamente en el refectorio, tan gran hallazgo. Se le dio en consecuencia una carreta, bueyes y probablemente carreteros, y el lego partió. A veinte leguas al Sur de la Serena, en el que es hoy departamento de Ovalle, encontró una gran extensión de montañas fragosas cubiertas de árboles colosales, a juzgar por las vigas y gruesas tablas que hoy se ven en perfecto estado de conservación en el templo. De estas montañas condujo toda la madera que fue necesaria para la iglesia. Desde entonces, esa extensión de terreno, sin nombre probablemente, se llama la estancia de Frai Jorge.

La madera empleada en el templo es de roble y alerce; no se sabe que haya ha­bido árboles semejantes en esa latitud, y mui embarazados se verían los geólogos para aclarar el misterio; pero lo cierto es que Frai Jorge sentó fama de santo. —               

En el claustro de este templo estuvo, durante poco tiempo, una ramificación de la Casa de Moneda, pues el Gobierno lo poseyó desde el año 1824, en que se abolieron las temporalidades, viniéndose a rescatar después de largas gestiones, el año de 1858, abonándose como mejoras a la municipalidad la suma de 1,769 pesos.
En un segundo claustro conserva este templo una escuela gratuita para niños pobres, regentada por personas idóneas.

Procedimiento:
El texto ha sido digitalizado (Scanjet HP G3110), convertido con OCR a ASCII, (ABBYY fine Reader versión 14) y el texto ha sido parcialmente adaptado a la ortografía actual.