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W. Griem, 2009 - 2021
R. Tornero
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Anotaciones
Texto de Tornero
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Figura total: Vista general a La Serena (Tornero, 1872)
Anotaciones
Texto de:
Tornero, R. (1872): Chile Ilustrado,
guía descriptivo del territorio de Chile. - 496 pág. Librerías i Ajencias
del Mercurio; Valparaíso. (Colección W. Griem)
Página 241 - 145
Los textos originales fueron digitalizados, transformados a ASCII redactados y traducidos por Dr. Wolfgang Griem.
Literatura: La Serena
español / deutsch
Texto R. Tornero (1872): La ciudad La Serena
Situación. — La
Serena, capital de la provincia de Coquimbo, fundada en 1544 por
Francisco de Aguirre de orden de Pedro Valdivia, y bautizada en aquella
fecha con el nombre de San Bartolomé de la Serena, es una preciosa
ciudad que cuenta 15 a 16,000 habitantes, incluyendo los suburbios
denominados Compañía y Pampa, colocado aquel al Norte, y este al Sur. Su
situación geográfica es en los 29° 54' latitud Sur y 71° 13' longitud
Oeste del meridiano de Greenwich.
Descripción de la ciudad y sus
alrededores. — Respecto al origen de su nombre, hay
diversas opiniones que no nos atrevemos a dilucidar. Pero serena es y
será siempre por su benigno temperamento, en que las estaciones se
suceden unas a otras sin sensible cambio; puede decirse que solo se
experimenta una sola, apacible y templada, florida siempre y siempre
admirable.
Está edificada en anfiteatro, formado por dos mesetas que componen lo
que se llama la población propiamente dicha, en la que se encuentra la
plaza de Armas, y en la que se halla situado el extenso barrio de Santa
Lucia, a cuyo respaldo, formando una tercera meseta, pero no poblada,
sobresale la colina que lleva el nombre del barrio que está a su pie.
Situada de esta manera, presenta desde la vega, que en una milla de
extensión la separa del mar, una vista poética, destacándose sus blancos
edificios como superpuestos unos sobre otros y divididos caprichosamente
por fajas de árboles que presentan todas las graduaciones del verde,
árboles que ostentan sabrosos y variados frutos en las huertas de cada
propiedad. De entre este hacinamiento de caseríos sobresalen las torres
de los templos, y en la cima del humilde y estéril cerro de Santa Lucia,
por efecto de perspectiva y como para cerrar el cuadro, se distingue el
edificio de la última mansión: el cementerio.
Pero del punto de donde debe admirarse a la Serena, es desde la cima del
morro de Santa Lucia. Desde allí el panorama es seductor; la población
se desarrolla en mil detalles; sus casas rodeadas de un oasis de
verdura y sus calles tiradas a cordel, se asemejan a gigantescos
reptiles de azulados flancos que van a ocultar sus cabezas en la
barranca denominada del «mar». El humo de las chimeneas, ese rumor
peculiar de una ciudad que se contempla a cierta distancia, las pequeñas
figuras que se ven atravesar las calles, plazas y plazuelas, presentan
un espectáculo encantador, atrayente.
Luego, si se dirige la vista a la vega, siempre verde como una esmeralda
y sembrada de sauces en desorden, se verá desarrollarse las escenas más
campestres, a las puertas mismas de la ciudad. Rústicos ranchos, medio
perdidos entre los protectores ramajes del sauce cimarrón, a la orilla
de una zanja constantemente llena de un agua tranquila, bueyes,
caballos, asnos, siembras de maíz, de zapallos, melones y sandias; mas
allá lagunas que se asemejan a otros tantos fragmentos de espejo
abandonados al acaso sobre la eterna verdura de la grama y la chépica. Y
para que la perspectiva tenga mayor encanto, la vega se encuentra ceñida
al Poniente por una faja perpetua de mugientes y blancas olas, más allá
de las cuales se extiende el Océano azulado, diáfano y trasparente como
el cielo que refleja.
El mar, contenido por elevadas montañas que lo cierran por el Norte y
Sur, se revela contra esas barreras naturales y demuestra su rabia,
azotando inútilmente sus flancos. Tal se muestra, al Norte la punta de
Teatinos en la cual quiebra el mar sus olas con tanta furia que, a larga
distancia, se divisan los penachos de agua semejantes a delicadas plumas
movidas por el viento.
Al Sur, casi paralela a ésta, se encuentra la punta del Puerto, donde
existen los establecimientos de Guayacán y de Edwards, los cuales, con
sus perpetuas columnas de humo, dan a los picachos más elevados el
aspecto de volcanes en actividad. Una puesta de sol contemplada desde
esta colina, es indescriptible y no se olvida jamás. El astro se asemeja
a una inmensa hoguera que lentamente va sepultándose en las aguas,
tiñéndolas de un resplandor rojizo; entonces las crestas de las olas
aparecen doradas y en perpetuo movimiento; en la atmósfera las nubes
toman tintes de ópalo, y las montañas se destacan negras y sombrías
sobre un fondo salpicado de chispas de oro y vermellon.
Al Norte´, por un valle estrecho, pero bien cultivado, se desliza
mansamente el rio Coquimbo como una inmensa serpiente de plateada piel.
En su ribera opuesta se distingue la Compañía, reunión de infinitas
chácaras, y el caserío del establecimiento Lambert, y en el fondo del
horizonte se alzan montañas elevadas entre las cuales se encuentra la
Brillador, de cuyo seno se ha extraído y extrae aun millones en metales.
Al Sur se divisa la Pampa, reunión de quintas que, como la Compañía,
abastece a la población de frutos y legumbres. Al Oriente el cementerio,
y haciendas de crianza de animales vacunos, rematando el cuadro la
imponente y majestuosa cordillera de los Andes. Tal es, mui débilmente
bosquejado, el panorama de la Serena.
Extensión, calles. —
La ciudad se compone de 100 manzanas de 109 metros por cada lado, las
cuales forman multitud de calles que generalmente llevan el nombre de
un héroe de la independencia, otras el de los templos, y por último
algunas, el de algún vecino antiguo, como la de Barato, o la humorística
ocurrencia de alguien: el Bolsillo del diablo, los Cuartos diablos, etc.
Las principales son las que corren de Oriente a Poniente, como la del
Teatro, la de San Agustín, de la Catedral y San Francisco. Todas con
aceras de pizarra importada de Alemania, y mui bien empedradas. La de
Colon, notable por ser la más larga y recta, la Barranca del Rio, San
Juan de Dios, etc. De las que se extienden de Norte a Sur, mencionaremos
la de Santa Inés, de las Carreras, de la Merced, de la Portada, de
O’Higgins, de Cienfuegos; etc., y muchas otras que sería largo enumerar,
debiendo advertirse que donde no hay aceras de pizarra, las reemplazan
otras formadas de greda y de pequeños guijarros llamados porotitos. En
general, las calles son notables por su limpieza.
Casas. — Cuenta la
Serena con 1,373 casas, de las cuales hay muchas de dos pisos, pero en
general poco notables por su arquitectura. Con pocas excepciones, cada
solar tiene agua corriente, no faltando ésta sino rara vez. En diversos
puntos hay pilones públicos que suministran excelente agua.
— Existe una plaza de abastos algo descuidada, en la que, propiamente
hablando, el público solo se abastece de carne. Está situada al costado
Norte de San Agustín, en una parte no mui central.
Paseos públicos, pilas.
— El paseo público o Alameda es, por su situación, uno de los más
preciosos de los que existen en Chile. Se extiende de Oriente a
Poniente, y en dos años más llegará al mar, recorriendo la extensión de
una milla; actualmente hay concluidas seis cuadras. Este hermoso paseo
se principió a construir el año de 1855, habiendo importado algunos
miles la parte concluida hasta hoy, pues era antes el inmundo y bajo
lecho de la quebrada denominada de San 'Francisco que se ha tenido que
terraplenar, formando dos cauces de losa caliza, sobre cuyos bordes se
elevan frondosos álamos blancos, acacias y plátanos que forman la calle
central, exclusiva del paseo; las laterales son del dominio de los
carruajes y caballerías. Hai en ella bancos de fierro, y un óvalo en
cuyo centro sobresale un jardín circular y un tabladillo donde se coloca
una banda de música cuatro veces por semana, durante las tardes.
Por las noches se alumbra con 8 faroles de gas.
— El número de faroles que iluminan la población asciende a 169.
— La única pila con que cuenta la ciudad es la que existe en la plaza de
Armas, rodeada de un bellísimo jardín.
No puede reputarse monumental, pero es de elegante forma: dos figuras
sostienen el recipiente por donde se escapa el agua que cae en una taza,
de ésta, en forma de diáfano cortinaje, cae a otra más grande, sostenida
por un grupo de sirenas, y por fin de la segunda taza, se vacía el agua
en un gran estanque octógono, arrojada por ocho bocas de leones.
Plazas, plazuelas. —
La plaza de Armas es la única verdadera que cuenta la población. Situada
al extremo Oeste, no ocupa el centro de la ciudad, como debiera. Sus
cuatro costados están ocupados por algunos edificios públicos como la
Catedral, la antigua Intendencia, hoy cuartel del cuerpo cívico, la
Cárcel, el Tribunal y la Municipalidad. No carece de belleza, pues en su
centro tiene un precioso jardín, con la pila ya descrita, cuyas aguas
saltando en gotas cristalinas, humedece constantemente las magnolias,
claveles, rosas y mil otras flores del jardín, las cuales en hermosura y
aroma no tienen rival en Chile. Una elegante alameda enarenada, de cinco
metros de ancho, rodea la plaza formando un agradable paseo.
— Las demás plazuelas son: la de San Francisco con un pilón de agua
potable rodeada de árboles en el centro; la de Santo Domingo con
árboles, pero sin pilón; la de San Agustín, la de la Recova con pilón,
la de la Merced, la de San Juan de Dios, la de Santa Inés, una pequeña
del Seminario y otra de menos extensión del Corazón de Jesús. [...]
Procedimiento:
El texto ha sido digitalizado (Scanjet HP G3110), convertido con OCR a
ASCII, (ABBYY fine Reader versión 14) y el texto ha sido parcialmente
adaptado a la ortografía actual.
Figura total:
Vista general a La Serena (Tornero, 1872)
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